(ilustración en pastel graso y crayolas)
Cuando era chica y deseaba alguna cosa imposible juntaba las manos y rezaba sobre la cama como me enseñó mi mamá. Ella cuenta que cuando postulé, a los 7 años, a la escuela de monjas (donde estudié todos los años del colegio) , pasaba en las tardes a una capilla a pedirle a... (Dios supongo) que me aceptaran, jurando que sería la más aplicada de todas si eso sucedía. Cosa que en realidad cumplí, porque siempre tuve el gusto natural de estudiar, ¿pero la Fe? Esa se me perdió, sin recriminaciones ni lágrimas, en los laberínticos caminos que conducen a la madurez.
Desde entonces mi razonamiento empírico me ha hecho transitar por una ruta paralela, donde todo; lo malo y lo bueno, lo bonito y lo feo, los éxitos y fracasos dependen exclusivamente de mis actos y en cómo siento y actúo respecto de ellos.
¿Qué hace alguien como yo entonces cuando algo le parece "divinamente" injusto? Cuando la genética dice, que alguien muy pequeñito que adoro tiene una deficiencia que ninguna medicina puede curar... que puede mantener a raya, que puede controlar y medicar, pero curar no, porque es "crónico", es para siempre.
¿Estamos preparados para el dolor? Probablemente no, sin embargo soy una persona muy fuerte, y los que creí grandes dolores resultaron a largo plazo (y ni tan largo tampoco) meros rasguños que apenas si dejaron cicatriz y sólo me volvieron mucho más fuerte que al inicio.
¿Estamos preparados para ver sufrir a aquellos que amamos? Jamás. Para eso no existe preparación alguna ni receta.
Soy lo suficiemente fuerte para soportar cualquier estocada, lo que venga. ¿Pero evitarle el dolor al que no lo está? ¿Acunarlo y decirle que todo estará bien, cuando ni yo misma lo sé?
Y entonces me da rabia, una rabia absurda que se derrite y se vuelve un torrente. ¿Y a quién los descargos? Si tú misma dijiste que Dios no existe.
Y entonces tienes ganas de ser otra vez esa niña pequeña que cree que tiene un poder para lo imposible, pero estás demasiado lejos, años luz tal vez. ¿Dónde se fue?