viernes, 13 de septiembre de 2013

La cosa más importante que aprendí

Plaza de las Iguanas, Guayaquil, Ecuador

"Aprendí que las cosas llegan cuando estamos listos para recibirlas"
Laura Sorondo

Creo que a medida que la madurez nos alcanza (y hablo de madurez emocional no de vejez, así que la edad en que a cada uno le llega es muy diversa) se nos hace más simple ser felices.

Hubo una época en que pensé que me habría encantado viajar en el tiempo a visitar a la Kika de 19 confundidos años, abrazarla y decirle al oído que siguiera adelante, que se venía un largo trecho de aprendizaje, que escuchara su corazón, que se olvidara del miedo a equivocarse porque iba a hacerlo de mil formas distintas y aún así, todo saldría bien. Que la felicidad se nutre de las vivencias, pero parte con la actitud, que no hay peor ciego que el que no quiere ver, como dicen por ahí.

Pero no sé si estaba lista para creerlo, porque le faltaba caerse varias veces más y estrellarse con sus propios muros, antes de dar con el camino correcto, antes siquiera de decidir andar o desandar un camino.

Vivir implica necesariamente caer y equivocarse, perdonar y perdonarse, recibir y perder, amar y dejar ir.

Se equivocan los que creen que dejaron la felicidad atrás, como un recuerdo, y los que la ansían como un premio futuro. Está aquí a la vuelta de la esquina, esperando que estés preparado, que abras los ojos. 

Las cosas que se fueron, seguro no eran para ti ¡déjalas ir! y recibe con los brazos abiertos la nueva oportunidad que se presenta aunque esté disfrazada de crisis. Es cierto, a todos nos gusta reír, pero llorar puede evitarte un naufragio.

Porque la vida es simple y la felicidad no cae del cielo, está dentro de nuestro corazón.

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