(Bahía Pelícanos, Horcón.V región, Chile)
Hoy a las 13:16 horas ha llegado oficialmente el invierno, aunque la tormenta lo venía anunciando desde el sábado con bombos y platillos.
Un nuevo solsticio.
No sé porqué razón la palabra me suena a embrujo y sueño con seres mágicos danzando alrededor de una fogata, lanzando hechizos, cantando a la luz de la luna en un bosque a orillas del mar.
Reconozco que para vivir me gustan las grandes ciudades y su bullicio (por algo estoy radicada actualmente en Santiago), sin embargo soy mujer de la costa y debo escaparme al mar cada tanto, porque me gusta dormir al son del rompeolas y acunarme con la melodía de las gaviotas en la playa.
Menos mal que este país tiene una costa extensa y cercana, apenas a hora y media de la cordillera. Costa plagada de un sin fin de pequeños poblados donde puedes encontrarte con esos seres mágicos y conversar con la naturaleza, donde puedes hacer tu propia fogata a la luz de luna para festejar el solsticio, donde todos los bosques se caen inevitablemente al mar.
Este fin de semana, la tormenta (una de las mejores que he visto en años) me sorprendió en la costa y he saboreado el invierno con toda su furia. Me ha mirado de reojo justo antes de azotar mi cabeza mostrando toda la belleza de su gris azul.
Me he traído en los pulmones toda esa brisa. Y un poco de las gaviotas, y un poco de sal. Y hoy, a la hora del solsticio, el invierno me ha hecho un guiño: desde la cordillera nevada, en la cima, el sol tras los nimbos se ha puesto a llorar.
(Playa Chepica, El Tabo. V región, Chile)